Google This is a digital copy of a book that was prcscrvod for gcncrations on library shclvcs bcforc it was carcfully scannod by Google as parí of a projcct to make the world's books discoverablc onlinc. It has survived long enough for the copyright to expire and the book to enter the public domain. A public domain book is one that was never subject to copyright or whose legal copyright term has expired. Whether a book is in the public domain may vary country to country. Public domain books are our gateways to the past, representing a wealth of history, culture and knowledge that's often difficult to discover. Marks, notations and other maiginalia present in the original volume will appear in this file - a reminder of this book's long journcy from the publisher to a library and finally to you. Usage guidelines Google is proud to partner with libraries to digitize public domain materials and make them widely accessible. Public domain books belong to the public and we are merely their custodians. Nevertheless, this work is expensive, so in order to keep providing this resource, we have taken steps to prcvcnt abuse by commercial parties, including placing lechnical restrictions on automated querying. We also ask that you: + Make non-commercial use of the files We designed Google Book Search for use by individuáis, and we request that you use these files for personal, non-commercial purposes. + Refrainfivm automated querying Do nol send automated queries of any sort to Google's system: If you are conducting research on machine translation, optical character recognition or other áreas where access to a laige amount of text is helpful, picase contact us. We encouragc the use of public domain materials for these purposes and may be able to help. + Maintain attributionTht GoogXt "watermark" you see on each file is essential for informingpcoplcabout this projcct and hclping them find additional materials through Google Book Search. Please do not remove it. + Keep it legal Whatever your use, remember that you are lesponsible for ensuring that what you are doing is legal. Do not assume that just because we believe a book is in the public domain for users in the United States, that the work is also in the public domain for users in other countries. Whether a book is still in copyright varies from country to country, and we can'l offer guidance on whether any specific use of any specific book is allowed. Please do not assume that a book's appearance in Google Book Search means it can be used in any manner anywhere in the world. Copyright infringement liabili^ can be quite severe. About Google Book Search Google's mission is to organizc the world's information and to make it univcrsally accessible and uscful. Google Book Search hclps rcadcrs discover the world's books while hclping authors and publishers rcach ncw audicnccs. You can search through the full icxi of this book on the web at |http: //books. google .com/l Google Acerca de este libro Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido cscancarlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo. Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embaigo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir. Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como tesümonio del laigo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted. Normas de uso Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas. Asimismo, le pedimos que: + Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares: como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales. + No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos propósitos y seguro que podremos ayudarle. + Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine. + Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La l^islación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de autor puede ser muy grave. Acerca de la Búsqueda de libros de Google El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página |http : / /books . google . com| HARVARD COLLEGE LIBRARY FROM THE INCOMEOF AFUNDLEFTBY LESTER B.STRUTHERS/1910 BARBARA Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. Serán furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor. >í i * V- < BARBARA TRAGICOMEDU EN CUATRO ACRB B. PÉREZ GALDÓS Representóse en el Teatro Español, de Madrid, .el 28 de Marzo de 1905 MADRID OBRAS DE PÉREZ GALDÓS 139, Hortalesa 1905 1 po^-y^ s- s^z^ vV ^■ PERSONAJES BÁRBARA, Condesa de Táituisi Sra. Guerrero . HORACIO MADDALONI, Intendente de Siracusa Sr. Dias de Mendoza (D. F.) DEMETRIO PALEÓLOGO, caballero griego Sr. Palanca. LEONARDO DE ACUÑA, Capit&n español al servicio del Rey de Sicilia , Sr. Dlax de Mendou (D. M.\ FILEMÓN, anticuario, pedagogo. Sr. Santiago. CORNELIA, su esposa. ..i Srta. Cando. ROSINA, su criada.. Srta. Asquerino. EL ABATE SILVIO Sr. Rivero. ESOPO Sr. Mesejo. MONTANARI, juez Sr. Guerrero. TAORMINA, Asesor general de Justicia Sr. Cirera. MONSEÑOR SELINONTE, Limosnero de la Intendencia. . Sr. Carsi. EL CON TADOR DE LA INTENDENCIA Sr. Soriauo Viosca. EL COMISARIO DE MONTES Sr. Urquijo. EL VISITADOR GENERAL Sr. Juste. UN CAPITÁN DE GUARDIAS Sr. Cayuela* Curiales, lacayos, criados, guardias, pueblo. Siracusa, 1815. Esta obra es propiedad de su autor, y nadie sin su permiso podrá traducirla, ni reimprimirla, en España, ni en ninguno de los países con los cuales se haya celebrado ó se celebren tratados internacionales de propiedad literaria. Los Comisionados de la Sociedad de Autores Españoles son los encargados exclusi- vamente de conceder ó negar el permiso de representación, como también del cobro de los derechos de propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. EST. TIP. DE LA VIUDA É HIJOS DE M. TELLO C. de San Francisco, 4. ACTO PRIMERO Sala de la casa de Filemáii en la Acradina^ suburbio de Siracusa. Puerta pequeña á la izquierda; puerta mayor al fondo. En las Pa- redes^ fragmentos de escultura griega^ bajo-relieves ^ metopas, capi- teles, brazos, manos y torsos de estatuas^ lápidas funerarias, todo colocado con método en gran profusión. Entre los objetos de arte griego, estantes con libros y legajos indican la erudición y estudio del dueño de la casa. A la derecha, primer término, una mesa cu- bierta de papeles sirve de escritorio á Filemón. Junto á ella un canapé^ estilo Imperio. A la derecha, una mesitá donde toman la colación Filemón y Cornelia. Es de noche» Una lámpara colocada en la mesa de estudio alumbra la escena; en la mesita una bujía cotí pantalla. ESCENA PRIMERA FiLBMÓN, sentado á la derecha terminando un trabajo; Corne- lia, sentada, lee un libróte viejo; Rosina, que entra y sale du- rante la escena. CoRNEL.— (Suspendiendo la lectura.) Por el bendito San Jenaro y la Santa Virgen de Loreto, descansa ya, Filemón. FiLEM. — (Soltando la pluma, se restrega los ojos.) Por La tona y sus divinos hijos^ ya he trabajado bastante. Felizmente, toco al término de mi afán. ¡Si los dioses propicios...! CORNBL.— (Vivamente, interrumpiéadole.) Dios, querrás decir.. • el gran- de y único Dios. FiLiM.~Digo que si Dios prolonga mi pobre existencia un año más ó dos, dejaré perpetuada en caracteres indelebles esta magna obra. (Pone orgulloso la mano sobre un gran rimero de papeles.) ¡Oh... labor de cuarenta años, substancia de toda una vida, que me asegura la gratitud, la admiración de los siglos veni- deros...! CoRNEL.— No te ciegue la vanidad, viejecillo mío. Ya sabes mi opi- nión!.. Recopilando con arte y paciencia todas las mentiras gentílicas, ¿qué has hecho más que una obra de puro pasa- tiempo?... FlLEM. — .(R^croándose en sus manuscritos.) Aquí, amada Cornelia, se resume aqvel mundo de ideal poesía, la deificación de las fuer- zas naturales, origen de todo arte, fuente de toda belleza. CoRNEL.— V^íiie retro. No hay arte ni belleza fuera de nuestra sa- grada fe. FiLiM.— Distingo. . . Dice Platón en sus Definiciones, . . CoRNEL.— Al diablo Platón y todos los filosofastros. . . FiLEM^ ^Kalon ti ágaton ... CoRNEL. — Que sólo lo bueno es bello. (Burlándose.) Y lo bueno, ¿qué es? Fjlem.— Pues en el Diálogo Hipias dice el maestro: Paréenos kale halón . CoRNEL. — ¿Y eso qué significa? FiLKM.— Que lo bello es. . . una mujer hermosa. CoRNEL.— ¡Qué desvergonzados, qué cínicos eran esos malditos grie- gos! (Mostrando el libro.) Atengámonos á lo que aquí nos ense- ña el Ángel de las Escuelas, . . Universalia sunt ante rem et in re,. , FiLEM.— Ya he demostrado á mi sabia esposa que Santo Tomás y el buen Platón no son tan enemigos como parece. En fin, más que disertar sobre puntos tan sutiles, nos tiene cuenta ahora... (Entra Rosina por la izquierda con platos y servicio de mesa.) CoRNEL.— Cenar. FiLEM. — Ji, ji: cenemos. CoRNEL.— Vivir es lo primero. FiLEM. — (A la derecha, ordenando sus papeles.) Benditos sean los dioses (Corrigiéndose); bendito Dios, que me ha dado esta descansada vejez, permitiéndome rematar tranquilamente el trabajo de toda mi vida. . . ¡Y que no es floja tarea, por Júpiter! (Repi- tiendo con orgullo el título de su obra.) tTesoro enciclopédico^ sinóptico y alfabético de las divinidades y mitos celestes, terrestres, infernales, etc., etc., de la antigua Grecia...! Como tú dices, Cornelia, este saber mío, aunque profano, no debe perderse. CoRNEL.— De que no se pierda cuidará Horacio, nuestro sabio Inten- dente... FiLEM.— El grande artista, el déspota ilustrado que nos gobierna. 7 CoRNEL.— Cuidará también la Condesa Bárbara, que se digna cos- tear la impresión. FiLBM.— (Divina Bárbara! Nuestra bienhechora, incansable en favo * recemos, quiere ser mi Mecenas. <]ORNEL.— Y justo será que en el pórtico mismo de tu obra tributes á la Condesa el homenaje de nuestra gratitud. PiLEM. — (Gozoso, con cierto misterio) Como que transmitiré su nom- bre á la posteridad. (Vuelve á coger algún manuscrito de los que apartó antes.) Verás, Cornelia, verás. •CoRNBL.— ¿Qué es eso? ¿Algún trabajo nuevo? FiLBM.— Quería sorprenderte, ji^ ji. . . (Con misterio.) Esto es la noti- cia biográñca que ha de preceder á la obra... noticias del autor, de mí, que no quiero conñar á nadie, por más que la modestia me obligue á callar más de cuatro cosas. . . CoRNEL.— Naturalmente... Pero la verdad ante todo, Filemón. Busca una manera sutil de elogiarte, . . con muchísima modestia. FiLEM.— (Leyendo rápidamente, á saltos.) cEl profesor Filemón Polidoro, nacido en Palermo, criado en Siracusa..., ta, ta... consagró toda su existencia al clasicismo griego... (Rápidamente, casi en- tre dientes), ta, ta... Rechazó honores, ta, ta, ta... fué un in- vestigador incansable... dio á conocer el mito arcaico de De- meter y Coré; descubrió la Afrodita Urania, ta, ta... Las na- ciones extranjeras le proclamaron como el más eminente he- lenólogo y helenógrafo de su siglo... ta, ta, ta... y él... siempre modestísimo, humildísimo, ta, ta, ta...» CoRNEL. — No tanta humildad, hijo... FiLBU. —Ahora viene lo más interesante. •• (Lee con claridad, marcando los conceptos.) tYa de edad avanzada nuestro autora»... me llamo así, nuestro autor,,, cfué solicitado por el Conde de Términi para encargarle la educación de su hija Bárbara. Fi- lemón Polidoro la instruyó en todo lo concerniente á las di- vinidades del Paganismo, hermosa y sublime ciencia... Y cuan- do la noble dama entró, por muerte de su padre, en posesión de su corona y riquezas, recompensó los servicios del sabio maes* tro regalándole este humilde, este plácido retiro...» (Vase Rosi« na por la' izquierda . ) C0RNEL.—( Alegre. j Muy bien, Filemón... que sepa la Posteridad cuánto debemos á Barberina... FiLEM.— Pues oye lo mejor. (Hojeando otro cuaderno.) Ahora viene la dedicatoria... la gallarda inscripción que se pone en la parte más visible de todo monumento... 8 C€mifB..-^(Curiota«) A yer, á ver... FiLEM.^cA la excelsa, á la sublimada señora...» tal y tal. . . Aquí tY dormías con dulce sueño. CoRNEL.— Ahora también. (Repite el canto de iliflos.) BÁRB. ~ (Vencida gradualmente de la sedación.)... Me rinde el cansancio... me desvanezco... se me duermen las ideas... se me duerme la memoria... ¡Oh, memoria, duérmete! FiLKM.— ¿Ves qué efecto saludable...? CoRNEL.— Velaremos tu sueño. BÁRB. — (Adormeciéndose.) ¡Oh, dulcísima pereza...! Mi cuerpo desma- ya, se rinde... ¿Es esto dormir, es esto morir? CoRIIEL.— (Repitiendo quedamente el canto, le pone la mano sobre los ojos.) Duerme, niña mía, duerme con el ángel. (Bárbara, rendida, se adormece. Filemón y Cornelia, andando de puntillas, se apaitan á la izquierda.) FlLKM.— (Hablan entre si en voz muy queda.) El caso es gravísimo. Lo arreglaremos de modo que cuando se descubra la muerte del i8 desdichado Lotario, no recaigan en la Condesa ni aun las sos- pechas de los más maliciosos... Engañaremos al tirano mismo, . al sutil Horacio. CoFNEL.— iDifícil será. (Sigilosa, acercándose á Bárbara.) FiLBM.— Parece que su pobre cuerpo goza de algún descanso... CoRNKL.^Duerme. jVenturoso sueño! (Vuelve junto á Filemóa.) BÁRB.— (A media vos, sin moverse ni abrir los ojos.) Arrulladme, ador- mecedme. CoRNBL.— (En voz muy baja.) La verdad quedará oculta. FiLBM. — Diremos, probaremos... que la Condesa vino á visitarnos por la tarde... y.., CoRNKL.— ¿Pero lo creerán? FiLEM. — Créanlo ó no, lo mismo da. ¿Quién osará, quién, acusar á la Condesa? CoRNEL.— Nadie* Resultará que el Conde ha muerto á manos de sal- teadores. . . BÁRB.^(£n sueftos.) Venus, hermosa Venus, astro de la tarde... Es- pléndidas luces del Cisne. . . CoRNBL. ^Sueña con las estrellas. • • Ya descansa. FiLEM.—j Infame Lotai'io... todos te aborrecen! No habrá un solo siciliano que quiera esclarecer tu muerte con la luz de la pura justicia. BÁRB.— (En suefios, con voz apagada.) Leonardo. FiLEM. — Nombra al capitán. BÁRB. — (Moviéndose en el lecho, como á punto de despertar y con voz en- tonada, amorosa.) Leonardo. CoRNBL.— Le llama con voz amante. BArb.— (Levantándose súbitamente, despavorida, con fuerte vos y descono- ciendo el sitio en que se encuentra.) ¡Leonardo! FIN DEL ACTO PRIMERO ACTO SEGUNDO Vistíbulo de la residencia dellntendenU Horacio Maddahni» Alfa»- dOf cutáro columnas dóricas ó jónicas, restos de un templo griego, aprovechados e» las nuevas construcciones. A la derecha^ dos puertas: Ja de primer término conduce á la biblioteca^ la otra á las oficinas» A la izquierda, segundo término, puerta que conduce d las habita- ciones privadas de Horacio* Al fondo afuera de las columnas, alguna estatua ó grupo, trípodes y numumentales vasos griegos. En todo u revela el buen ^usto y las aficiones del dueño de la casa. El foro es un paisaje combinado de rocas y grupos de papiros» A derecha é izquierda del foro, paso para el exterior. Mesas y sillones de estilo Imperio. Suelo de mosaico. Es pleno día. ESCENA PRIMERA Horacio, seguido de Silvio, sale por la izquierda y va al eacuentro de Demetrio, que llega por el foro derecha. Horacio.— Sea bien venido el poderoso señor, Demetrio Pale61<^o. Demetrio.— ¡Horacio Maddaloni! (dándole los brazos) ¿eres tú?... £1 de- monio que te conozca. HoRAC— Vuestro amigo de otros días... Demet.— ¡ Y que no has variado poco, por Cristo! (librándole bien.) Eras humilde, pobretón... y ahora... HoRAC.-— Obra de mis años, de mis buenos servicios... Demet.— Te casaste, ¿verdad? HoRAC. —Casado soy... y feliz. Dsmet.— Bien, Horacio, bien. (Observando el edificio.) Vives en gras-^ de.¿« {QvLé transformación!... Todo es nuevo para m{ ea Sira*^ cusa, después de quince años de ausencia. HoRAC— ¿Y habéis tenido ua viaje feliz? DiMiT*— -Así, así... La mar brava, como á mí me gusta... ¿Podré marchar pronto á Palermo? HopAC— (Á Silvio.) ¿Has dispuesto el viaje? Silvio.— Todo á punto, señor. HoRAC— El Rey quiere que partáis sin demora. Silvio. ^¿Comerá el señor antes de partir? Demet.— No me opongo: hay que mirar por la vida. HoRAC— (Presentando á Silvio.) Mi sobrino y secretario el abate Silvio,. teó,|ogo, políglota, poeta... Sus buenas prendas y mi protección le llevarán pronto á un principado de la Iglesia... Dkmet.— Adelante, hijo, y por San Kicéforo, no te quedes corto* HoRAC. — Que dispongan la comida en la sala de Hércules. Silvio.— Al instante. (Vase Silvio por la derecha.) ESCENA II Horacio, Demetrio: se sientan ambos. Demetrio.-* No me canso de mirarte... de admirarte. ¿Con que... el aventurero de aquellos días de revueltas y .libertinaje es hoy nada menos que el arbitro de la justicia en Siracusa? Horacio. — Así lo ha querido nuestro augusto Rey Fernando IV, hoy Fernando I de Sicilia. Dbmet. — La Intendencia que gobiernas abraza dos valles... HoRAC«— Tres: Siracusa, Notto y Catania. Su Majestad me ha con- fiado la parte más díscola de su pequeño reino. Dbmet.— (Riendo.) ¡Y el revolucionario de ayer, el discípulo de los ja- cobinos franceses, hoy!... Déjame que me ría. HoRAC. — Es el tiempo, señor, que del sedimento de las revoluciones' hace las tiranías. Dbmet.— Tiranuelo eres... y como tiranuelo, curioso... Vamos: ra- biando estás por saber á qué vengo yo á Sicilia. HoRAC.— Venís ¿ traer al Rey los auxilios de dinero que, para soste- ner la guerra, le ofrecen los sicilianos que habitan en Egipto y en Asia Menor. Dembt. — Vengo á eso... pero no á eso sólo. Rabia: no lo aciertas. HoRACk-^Venís á recoger la parte que os toque en la herencia de vuestro desgraciado hermano Lotario, Conde de Términi. Dbmet.— Rabia, rabia. La herencia de mi hermano me interesa pocor ai HoRAC— Nada supone pa,ra yosr sois riquísimo... Venís tal ves á reiterar las indagaciones, á perseguir. .. el descubrimiento de los matadores de Lotario. JDembt.— Doy por válida y concluyente la versión de que pereció á manos de ladrones^ Calabria los cría y Sicilia los junta. HoRAC.—Es cierto. , ' Dbmst. — Dime otra cosa:, ¿amabas tú á mi hermano? HoRAC. — Permitidn^e, señor, que no os oculte la verdad. Nadie le amaba en Siracusa. Demet. — Su carácter duro y sus modos brutales no ganaban ios co- razones. Era, como yo, áspero, poco sufrido, despótico.^ HoRAC— Os rebajáis, señor. Sois demasiado modesto. Demet.— (Altanero.) ¿Modesto yo? ¡Mala peste con la modestia!... (Fosco y tenaz.) Soy siempre el mismo: eternamente joven, eternamente bárbaro y eternamente insaciable en mis apetitos. HoRAC— Para satisfacerlos, contaréis con Dios, con La Providencia... Demet.^Eso sí. (Transición á la santurronería.) ¡La protección divinal. .. (A media voz, sacando del pecho unas medallas, pendientes de una ca* dena.) Concédanme su favor los benditos San Isaac y San Nicé- foro, y la Madona de Sitza. (Besa las medallas, mascullando un rezo.) HoRAC. — (Esperando á que acabe el rezo.) Sois religioso. Dbmet.— (Guardando las medallas.) Son religiosos los que nada poseen y los que tienen mucho que perder.. HoRAC— (Avivada su curiosidad.) Pues sed también sincero, y decidme á qué venís á Siracusa á más de. • • Demet.— Dime tú antes: ¿la aplicación de la justicia ua día y otro, no te hace desgraciado? HoRAC— Señor, la justicia tiene sus encantos. Os diré más: la justicia es un arte... Dbmet. — ¡Un arte! (Escandalizado.) ¡Oh! HoRAC— No me refíero á la justicia perfecta, ideal, que no existe más que en el Cielo. La de la tierra es de pura relación, y- nunca puede ser un acto de estricta conciencia. Demet.— Ya... HoRAC.-^ Actúa con mil trabas, anda siempre del brazo de la oportu- nidad, del interés del mayor número; se apoya también en sen- timientos tan nobles como la amistad; en la belleza misma, en el buen gusto. . • DKMET.-*(Comprendiendo.) ¡Ah, truhán! Ahora recuerdo que eres ar- tista. Ante^ s;pleccionabas pucheros, medallas y monedas, ca- mafeos baratos... 22 HoRAa— Hoy poseo estatuas griegas de primer ordeii, esmaltes bizan* tinos, magníñcas armas... El arte es mi pasión. Demet.— (Sentándose.) Bien, Hoyacip: ya voy entendiendo tu arte de la justicia, y por dónde se te ha de coger. Tu corrupción es bella « No eres un gobernante vulgar* HpRAC— Creo io mismo. DeKet.— ¿Me darás lealmente los informes que voy á pedirte? HoRAC— (Sentándose junto á él.) Preguntad, señor. Deuet.— Has dicho que nadie amaba á mi hermano. HoRAC— Nadie le ha llorado. Dembt.— No dirás eso por su mujer, que, según pública voz, está in« consolable... HoRAC. — Transcurridos los meses de luto, la pobre Condesa conti- núa en su vida solitaria, melancólica. Aunque no tenfa moti- vos para amar á su esposo, ha sentido su muerte; le ha llorado y le llora. Demet.— Bárbara es buena. . . al menos como tal me la figuro yo. HoRAC— Remedo fiel de la divina Penélope, que personifica la fe coriyugaL Demet.— (Con bárbara ingenuidad, que le hace parecer infantil.) Así lo creo*^ Figúrate mi indignación, cuando llegaron á mis oídos los in- fames rumores. . . HoRAC— (Curioso.) ¿Qué. . . qué decían por allá? Demet.— En Esmirna, hallándome de estación con mi caravana, un siciliano vil se atrevió á decirme que Bárbara había pagado un «sesino... HoRAc— (Con fingido espanto.) ¡Para dar muerte á su esposol ¡Qué villana impostura! Demet. ~¡ Virgen de Sitza, no sé lo que me pasó al oirlo!. . • Me ce- gué... HoRAC.^Le arrancaríais la lengua. . • Demet.— No quise entretenerme. Fué más expedito cortarle la ca- beza. HoRAC— Muy bien. Dehet*?- (Resolviéndose á una confidencia importante, que le cuesta traba- jo.) En ñn, Horacio... ya no quiero hacerte rabiar más. (Con timidez de hombre salvaje.) Ello es que. . . no sé cómo decírtelo. HoRAC. — Señor, ¿me permitís que me adelante? ¿No os incomodáis si adivino vuestro pensamiento? Demet. — ¡Con mil demonios, no me incomodo!.. • Al contrario. HoRAc. —Mi arte es general, y de la justicia se extiende á todo el rei- no de las pasiones humanas. En cuanto hablasteis de la viuda . de vuestro hermano, comprendí que os gusta, que. . • DiMBT. «-No la he visto desde que era niña. No sé si ella se acuerda de mí: yo nunca he podido olvidarla. . . Corrieron los años. Cuando supe, que se casaba con Lotario, la envidia entró en mí. Lléveme el diablo si oculto la verdad. . . Una envidia sor- da, roedora. . . polilla que me iba taladrando el corazón. Por no volver á Sicilia, por no ver á Lotario casado con esa divina hembra, me metí más en los trajines del comercio, y extendí mis expediciones al Oriente remoto, á la Persia, al Afghanistan, á la India. . . Al saber la muerte de Lotario á manos de ban- didos, en mi corazón se daban de cachetes. . . así, así, dos sen- timientos bien distintos, como el día y la noche. . . la pena por mi hermano muerto, la alegría de verá Bárbara libre... Esta es la humanidad. HoRAC— Así es: la presentáis en todo el esplendor de su bella des- nudez. Dehbt. —En Corfú, los días últimos, no me hartaba de contemplar el magníñco retrato de Bárbara, vestida á la griega antigua, que posee mi tía la Condesa Cataldi. HoRJic— A la hermosura,que habéis contemplado en eñgie, supera la realidad como el sol á la luna. Dembt. — (Con gran viveza, apretándole el brazo.) Bien, Horacio: ya que ahora no puedo verla, por estas condenadas prisas de mi viaje á Palermo, quiero que tú. . • Un criado. —(En la puerta de la izquierda.) El señor tiene dispuesta la comida. Deicet. —(Levántase.) Voy. (Oyese rumor de voces en el foro.) HoRAC— ¿Qué voces son esas? (Dirigese hacia el fondo.) Demet.— (Para si, perplejo.) ¿Qué me llama con más fuerza, la que- rencia de entenderme con Horacio, ó el hambre? (Después de una corta vacilación.) Comeré. (Da algunos pasos hacíala izquierda.) ESCENA III Horacio, Demetrio; Silvio por el foro derecha. Silvio. —Señor, los Padres Franciscanos solicitan veros. Hdrac— (Contrariado.) ¿Otra vez el pordioseo de esos insufribles co- gullas? ^4 Dembt. —(Parándose.) ¿Qué piden? Silvio.— Se les acabaron los recursos, y se les han vaciado las des- pensas. Pretenden que les deis pan y legumbres para la se- mana, HoRAC.—- (Iracundo.) No puedo. . . no hay fondos. DKiABr.— (Retrocediendo.) Ea, por San Isiac, no chilles tanto. Yo les doy víveres para tres meses. HoRAC. — ^Ilustre señor, sois la Providencia de estos infelices mendi- cantes. . . Comed tranquilo. Ya os habéis ganado vuestro pan de cada día. Dbmet. '^¡SÍ que me lo he ganado, sí, por Cristo. . % 1 (Vase mascullando un rezo.) Silvio. — ^También os pide audiencia el capitán Leonardo de Acuña. HoRAC— (Con súbito interés.) ¡El español! ¿Ha venido con los frailes? Silvio. —Con ellos viene el que con ellos vive. Recibidle, hablad con él, y confirmaréis lo que os he dicho. HoRAC— ¡Oh, sí! Tengo su visita por muy interesante. ¿Has hablado con él? Silvio.— Dos palabras no más. Ya sabéis que es poco comunicativo. Por lo que he podido entender, esta visita es para deciros que abandona el servicio de Su Majestad. HoRAc— ¿Es indolencia. . . ó es locura? Silvio.— Atacado est$, según dicen, de locura mística. ¿Le mando pasar? Ho:iAC.— Sí, que pase al instante. (Vase Silvio. Queda Horacio medita- bundo.) Capitán Acuña, ¿qué significa esa determinación? Lo que sea necesito saberlo sin demora. ESCENA IV Horacio, Leonardo; después Silvio^ Montanari y Ésopo. En- tra Leonardo por el foro derecha, de uniforme. Saluda cortes- mente. Espera que se le mande pasar. HoRAC. — Adelante, señor Capitán: tanta honra como placer jecibo de vuestra visita. Sabed que accedí, con creces, á las peticio- nes de esos buenos religiosos, por vos, antes que por ellos. Son 25 nuestros amigos; os han dado asilo, ¿Qué mejor moti^^> para que yo, en nombre de Dios, les ampare? LEONARDO.<^Señor Intendente de los tres valles, me honráis mucho más de lo que merece este pobre soldado. HoRAC— Por vuestro nohle comportamiento en la guerra y en las di-* fíciles comisiones que habéis desempeñado, digno sois de todos los homenajes. LiONARDO.— (Inclinándose.) Señor. . • HoRAC— Y en nombre del Rey os doy expresivos parabienes. (Indi* nase de nuevo Leonardo.) Y satisfecha la cortesía, ahora entra la severidad. ¿Es cierto lo qvie oí. ••? ¿que dejáis el Real ser- vicio? Leonardo.— A eso vengo, señor: á suplicaros que transmitáis á Su Majestad mi resolución de abandonar la vida militar» HoRAG. — Al Rey os liga un sagrado juramento. Leonardo.— El plazo de mi compromiso con el Rey de Sicilia ha es- pirado ya. Desde ayer soy libre. HoRAC— (Severo.) Está bien... Decidme: ¿desde que volvisteis de Al- bania os encerrasteis en los Franciscanos? Leonardo, ^Sí, señor. HoRAC— La vida claustral, sombría y tediosa, pugna ciertamente con la libre alegría militar. Leonardo.— (Con calma y tristeza en toda la escena.) Desconozco, señor Intendente, esa libre alegría. HoRAC. — ¿Habéis tenido algún disgusto grave antes ó después de vuestro viaje á la costa de Albania? Leonardo.— La vida humana^ bien lo sabéis, no es un tejido de ven- turas. HoRAC— Muy extraño me parece que en todo este tiempo no se os haya visto en Siracusa por parte alguna. Leonardo.— Anhelaba la quietud, el silencio. HoRÁc— Y en esa soledad lúgubre, habéis madurado el propósito de cambiar de vida. Leonardo.— Sí, señor. HoRAC. — Permitidme que sea indiscreto... que penetre atrevidamente en vuestro interior... (Mirándole fijamente.) Veo, Capitán, veo- una conciencia turbada. Leonardo.— Tal vez. HoRAc— Y relaciono ese estado particular de conciencia con la exal- tación que, según me han dicho, padecéis... Me tíguro que os aferráis demasiado al rigor de los principios. Esto no es prác- 26 tico, caballero Acuña. Conviene huir de las abstracciones; con* viene que nos acomodemos á la realidad... Leonardo.— Así lo hago yo. No hay realidad para mí fuera de los dos sentimientos esenciales: el Honor, la Fe. HoRAC— Sí: muy santo, muy bueno; pero... Leonardo.— (Vivamente.) Fe y Honor fueron siempre la inquebrantable ley de mi familia. Yo no hago traición á mi nombre ni á mi raza. (Conteniéndose.) Perdonadme... os importuno*.. Si queréis. os explicaré los motivos de mi renuncia... HoRAC— No es ocasión. Ya hablaremos despacio. Entre tanto, aceptaré vuestra renuncia sub conditione, Pero he de reteneros mientras no sepa que el Rey se digna daros licencia. Comprenderéis que es forzoso emplear ciertas formalidades. Leonakoó< — Me someto gustoso á cuanta^ formalidades estiméis ne- cesarias. HoRAc— Extenderéis vuestra renuncia alegando los motivos... Si no tenéis prisa, me permitiré rogaros que aguardéis á que yo des- pache asuntos más perentorios. (Entran MoLtanarí, con papeles de un proceso, Silvio y Esopo.) Leonardo.— Estoy á vuestras órdenes. HoRAC— Dignaos pasar á la biblioteca. Mis libros, mis colecciones ar- tísticas y numismáticas, harán más breve el rato que os tenga de espera. Leonardo. ^Gracias, señor. Horac. — Acompáñale, Silvio, y vuelve aquí. (Saluda Horacio; Leonardo se va con Silvio por la derecha, primer término.) ESCENA V Horacio, Montanari, Esopo; después Silvio, Demetrio. Monta nari.— (Dirigiéndose á Horacio.) Esta causa. «. Horacio. — Aguarda. (Permanece frente á la puerta, siguiendo los pasos á Leonardo y Silvio.) Montan.— (Retrocediendo al fondo.) Esopo, ¿ocurre alguna novedad? Esopo.— Los Padrotes han vuelto al convento; el Capitán no. Montan.— Si no vuelve, mejor para tí. Esopo.— (Displicente.) Es muy aburrido vigilar frailes. Montan.— -D¿ mejor gana vigilarías á las monjas, ¿eh? «7 Esopo.— ^¡ monjas ni-frailes divierten al hombre solitarip. Montan. ^Sobre todo, desde que se les han secado las bodegas. HoRAc. — (Á Silvio, que vuelve por la derecha.) ¿Ha dicho algo? Silvio.— Ni una palabra. Con vago mirar examina las colecciones. HoRAC— (Acercándose á Ésopo y Montanarí.) ¿Quién de vosotros añrmd que Bárbara no le ha visto en los Franciscanos? Montan.— Yo dije que le ha visto de lejos, en el coro, en los Oñcios» Esopo.—Y le miraba como miran las beatas al santo que adoran en la cornisa. HoRAC— ¿Aseguráis que no se han visto de cerca, que no se han hablado? Esopo.— El lego Sempronio, encargado allí de espantar á las mujeres,. me ha dicho que la Condesa quiso entrar. . • Montan.— Pero es evidente, lo sé, que el Prior no le dio permiso. HoítAC.-^Está bien. Silvio.— ¿Queréis que vuelva yo á la biblioteca? Procuraré entablar conversación. HcRAC— No es preciso Dejémosle... Fijaos en mis órdenes. (Da las ór-^ denes en voz baja.) Demetrio.— (En la puerta de la izquierda, mascullando una fruta del postre.) ¿Se han ido ya esos reverendos moscones? jPeste del mundoF Acosado por ellos vengo desde Palestina. Montan. — (Aparte á Horacio.) ¿Nada más? HoRAC— Nada más. Sacas del archivo la causa del Conde Lotario. . . ' y. . . (A Silvio y Esopo.) Vosotros, ya sabéis. . , (A un signo de Horacio $e retiran los tres.) \ ESCENA VI Horacio, Dbmbtrio. Demet.— ¿Has concluido? HoRAC — Perdonadme, señor. Daba las órdenes para que se anuncie ^ á los Franciscanos vuestra limosna. Estáis empeñado en una empresa espiritual. . . No es prudente menospreciar las influen- cias de los de arriba. . . Demkt.— (Meditabundo.) El Cielo. . • lo espiritual... mujeres piado» sas... frailes que rezan. (Vivamente.) Horacio, aumenta la li» a8 mosna. Dales sustento par^ seis meses. . . Y ahora, solos otra vez, ¿podremos seguir tratando del negocio mío? HoRAC. —Abordémoslo, señor^ con toda claridad. (Permanece en pie.) Amáis á la viuda de Lotario y queréis hacerla vuestra esposa. Dbmit.— Tú lo has dicho. HoRAC. —¿Y cuál es vuestro plan? Deuet. — ¿Mi plan? Ninguno. Todo lo harán mis santos tutelares y tú. HoRAC— Pero... Demet. — (Vivamente, con autoridad ejecutiva.) Horacio Maddaloni^ cuando yo vuelva de Palermo, todo debe encontrarse resuelto y concluido. Quiero que á mi regreso sepa Bárbara mi adora- ción de su persona; que sus vacilaciones, si las hubiere, estén reducidas á un decidido consentimiento, y no te digo más. HoRAc. —Bien, señor. Ya sabe la Condesa que sois muy rico. Demet.— «Mucho más que lo fué mi hermano. HoRAC. —Monopolizáis el tráfíco de granos. . . Demet.— Monopolio de granos, de pieles, de telas y drogas de Orien- te, y de. . . (Mete la mano en el pecho y saca unas bolsitas que abre. ) Espérate un poco. . . ¿Entiendes de perlas? HoRAG. — Entiendo y colecciono. Poseo algunas muy lindas. Demet. — (Muestra un hilo de gruesas perlas, suspendido de sus dedds.) ¿A que no son como las mías?. . . Observa esa igualdad^ ese oriente. HoRAC— Esto es un sueño, señor. Lleváis aquí una millonada. Demet. —(Sacando gruesas perlas.) Vaya, truchimán: escoge una pare- ja, y de ahí no pases. HoRAC— (Examinando las perlas.) Señor, si vuestra generosidad no pone límites á mi buen gusto. . . Demet. —Aprovéchate. . . ¡Cuándo te verás en otra! . . . HoRAC— Pues tomo. . . éstas.* (Las toma.) Demet. — (Coge vivamente la mano de Horacio para mirar lo que ha elegi- do.) A ver... á ver. ¡Ah! perro, me has quitado dos pedazos del alma. HoRAC— Vosme las dais... No quito nada. Demet.— > A fe que no eres tonto. HoRAC — Va lo sabíais, señor. Demet.— Tengo más, mucho más de lo que has visto: diamantes, es- meraldas, rubíes, zafiros. . . (Guarda las bolsitas.) HoRAC— Ya veo, ya veo el deslumbrador camino para llegar al cora- zón de la viuda. Señor, poned en mis manos este negocio, y . . • r 29 Dembt. —¿Lo arreglarás conforme á mi deseo? HoRAC— Dadme libertad y tiempo. . . Dkmkt.— ¿Y dándote libertad, plenos poderes y tiempo. . .? HoRAC— Bárbara será vuestra. Demet.— Bien. Pero este servicio... Hablemos claro... no será gratuito. HpRAC. -^Naturalmente. Habrá que buscar cierta armonía entre vuestra opulencia y la enorme dificultad de la empresa que acometeré por vos. Demet.— (Comprendiendo.) Ya, ya... He de tratarte á lo comercian- te. Así me gusta á mí. (Suena una campana lejana. £1 sonido trae á la mente de Horacio una idea . ) HoRAC— ¿Queréis ver á la Condesa? Deurt. —(Turbado, con gran desasosiego.) ¿Cuándo. . . dónde? HoRAC. — La veréis, sin que ella os vea. Demet. — (Inquieto y medroso.) Aun así, temo que he de turbarme» Mi tosquedad, mi barbarie, me hacen tímido. ¿Y dónde,, dónde? HoRAC— Todas las tardes va á los Franciscanos. • Demet. — (Sefialando por la derecha.) Que están ahí. HoRAC— Sale de Castel-Términi apenas suena el esquilón. . . Demet. —Ya ha sonado, ya... (Vuelve á sonar la campana.) Sale de Castel-Términi... HoRAC.~Por aquí la veo pasar siempre. (Mirando al fondo.) Aún no viene. Sería lástima que hoy faltase. . . Demet.— (Mirando también.) No la veo. . - HoRAC. —Aguardaremos. Demet. — Sí, y en tanto... (Muy inquieto y nervioso.) Por la Madona de Siiza, dime pronto tus condiciones. .. (Vivamente.) ¿Quie- res estatuas, pinturas, camafeos, armas...? ' HoRAC— En Rodas, lo sé, comprasteis por poco dinero una estatua mutilada. Demet. — i Ah! sí. . . Dicen que es Diana en el baño. HoRAC— jUn torso espléndido. . . admirable expresión de pudor. . . I Demet. — ¡Pero si no tiene cabeza! HoRAC*- No importa: por el dibujo que he visto^ paréceme obra de Praxiteles. Demet. —Te advierto que tampoco tiene manos. En Corfú la dejé^ arrumbada con otros pedazos de mármol... Y ahora que me acuerdo. . . También le faltan los pies. HoRAC— Pues manca y coja y acéfala, esa ñgura será para mf. 29 Dembt.— Para tí... Y que la Mkdona de Sitza aumente tus colec- ciones. HoRAC.-^ilm^fi. También poseéis una Venus Callipige. DeuET. - (En la actitud de una mujer que se levanta la falda mirando hacia atrás.) ¿Una que está así? HoRAC— Es linda, picante. La tengo por obra de Scopas. D/EMBT.— Del mismo diablo será. A mí esas bellezas de piedra no me dicen nada. Si no supiera que valen dinero, las cambiaría por cualquier aldeana viva, aunque fuera mal formada, bisca y con el aliento. .. impuro. En ñn, tuya es la Venus. HoRAC. —(Que ha mirado por el fondo.) jAh! ya viene. Dbmet.— (Con nervioso estremecimiento.) ¡Bárbara! HoRAC. — (Sefialando al foro iiquierda.) Miradla. . . allí« Dbmet.— '¿Dónde, cuerno de Satanás? HoRAC. —Más allá. . . cerca del Calvario, junto á un grupo muy alto de papiros. DBiáET.— (Con espasmo de admiración.) ¡Oh, señora mía! ¡Cuánta no - bleza en vuestra persona! ¡Qué andar majestuoso! HoRAC— Bárbara es un ángel desterrado del Cielo. Demet.— (Vivamente.) ¡Pues que no vuelva, no!... al Cielo, no... Y perdone la Madoiía de Sitza. (Se persigna y murmura una ora- ción.) HoRAC—Sosegaos, señor. La angelical dama será vuestra. Demet.— Mía será. ¿Cerramos trato? HoRAC— Cerramos trato. Basta por una parte y otra la palabra hon- rada. (Se dan las manos.) Dembt.— Valga la palabra como escritura. Y si faltaras á tu compro- miso, ¡ay de tí, artista de la justicia y gobernador de las pa- siones! (Le aprieta la mano.) Si me burlas, encomiéndate á Dios, encomiéndate al Diablo, (Apretando más, le sacude la mano. Ho« racio protesta.) HoRAC— ¡Ay, ay! (Dolorido.) Soltad, por Cristo. Me lastimáis. Dembt.— Para que te quede memoria de mí, de nuestro convenio. Lo dicho, dicho. HoRAC— Y hecho. Deuet.— Vuelo á Palermo... veo al Rey... vuelo después hacia acá. (Entra Filemón por el foro, y se desliía por la izquierda sin que le vean.) HoRAc— Adiós: os acompañaré hasta que montéis á caballo. La Fortuna es vuestra. Demet.— Mía siempre: oro, fuerza, valimiento... 31 HoRAC— Todo lo humano. Dbhbt.— (A gritos.) No me basta. Quiero también lo divino: ¡Bárbara! (Vase por el foro derecha seguido de Uoracto.) ESCENA VII SiLviOi Filbmón; después Horacio. FiLEU.— (Con gran curiosidad.) Ese bruto... ¿es Demetrio Paleólogo? Silvio.— Hablad con m^s respeto. FiLEM.— Por Castor y Pollux, ¿sabes á qué viene? Silvio.— -Antes decidme vos qué buscáis aquí. FiLBM.— (Turbado, dudando.) Pues... querido abate... venía... vengo... Silvio.— Hace un rato ibais con la Condesa hacia los Franciscanos. FlLEM.— Sí. Silvio.— Y perdisteis el viaje. FiLEM.— No lo niego* Silvio.— Os dijeron que el interesante caballero... FíLEM.— (Vivamente.) Está aquí. ¿Ha venido el Capitán por su propio impulso, ó es que...?¿Le ha llamado el Intendente? (£ntrA Horacio.) Silvio.— No sé. Mi señor y jefe os lo dirá. FiLEM.— (Saludando á Horacio.) Señor ilustrísimo. . . HoRAC— Tranquilícese mi buen anticuario... Ya he visto que vuelve tu señora. (Sefialando el fondo izquierda.) FiLEM.— Desolada. HoRAC— Corre á calmar su desasosiego. Dile que en mi casa puede ver al Capitán... FiLEM.— Volaré á su encuentro. ¡Pues no agradecerá poco...! (Vase presuroso por el foro.) SiLvio.-r-¿De veras consentís que aquí...? HoRAC— ¿Por qué no? (Con misterio.) Para fines de justicia, de supre- mo arte de justicia: tú no comprenderás esto, pobre Silvio., • Necesito saber si, en efecto, la excelsa señora arde en amoroso fuego... Silvio.— ¿Y aquí la observaréis? HoRAC— Yo no: tú. Mientras hablan el caballero español y ia Con- desa, tú entretienes con pláticas amenas á la esposa de File- món. No seas huraño, hijo, y haz un discreto hermana je de la galantería y la religión* 3» Silvio. — Va, ya... La señora Cornelia es mujer lozana. • . ^ HoRAC— Te la llevas á dar una vuelta por el jardín y las rocas mar- móreas... y desde allí observas con ojos de lince y oído sutil.». Silvio.— Ya vienen. ESCENA VIII Los mismos. — Bárbara, Cornelia y Filbmón. FiLBM.— (A Bárbara, que viene presurosa, inquieta.) ¿No lo crees? Pues- aquí tienes á nuestro poderoso amigo... BÁRB.— ¡Horacio! . HoRAC. — (Con gran reverencia.) Gran señora, celebro con el alma esta nueva ocasión de rendiros todos mis homep^jes. 6ÁRB.— (Que aún permanece inquieta.) ¡Ohl... buen Horacio, sabes co^ rresponder á los beneficios que recibiste de mi padre y de mí. HoRAC. — (Con mayor rendimiento.) No necesito ofreceros una vez más- mi persona y mi valimiento. BArb^— (Melancólica.) Gracias. Mi tristeza me mueve á la gratitud mas- que me movería la felicidad si la tuviera. HoRAC— (Cariñoso, llevándola aparte para hablarle á sol^s.) ¿Por qué nO' confiáis á vuestro leal amigo las penas que os amargan? BArb.*-No gusto de acercarme á los poderosos. HoRAC— Si me hubierais dicho: cHoracio» quiero esto... deseo hablar con una persona que^..» yo, creedme, os habría franqueado- la puerta de los Franciscanos. BArb. — (Con emoción.) ¡Oh, gracias! ¿Con que .tú...? HoRAC— Sí: una eventualidad favorable me permite facilitaros la en- trevista que deseáis. BArb. — Gracias otra vez y mil, Horacio. Vivo en mortales dudas... Quiero verle para saber... Perdona que no entre en más ex- plicaciones... HoRAC— Ni yo las necesito* Apremia el tiempo, señora. Permitid ahora que me retire. Bárb.— (Pasando junto á Cornelia, gozosa.) ¡Cornelia, al fin...! HoRAC— (Cogiendo del brazo á Filemón.) Si el primer helenólogo de Si- cilia quiere ver mis últimas adquisiciones... (Coge del brazo » Fjilemón y se le lleva por la derepha.) 33 ESCENA IX BÁRBARA, Cornelia, Silvio, Leonardo. Silvio. — (A Cornelia, con urbanidad refinada, cultista) Más sonoros que los murmullos de vuestra modestia, señora, son los gritos de la Fama pregonando vuestro saber. CORNEL. — (Con extremos de modestia.) ¡Oh!... Silvio.— -¿Conocéis mi disertación sobre la abstinencia de los goces, ilustrada con lugares de Sm Gregorio Nacianceno, de San Hilario y de los profanos Filón y Aristóteles? CoRNEL. — La he leído, y me habéis parecido más fuerte en la erudi- ción que en la doctrina. BArb. — Señor abate, decidme: ¿esperaré aquí mucho tiempo? Silvio. —No, señora mía . (Le señala la puerta de la derecha.) Mirad á esa puerta, que es el Oriente por donde aparecerá el sol que anhe- láis. Bárb. — Por ahí, . . (Fija los ojos en la puerta.) CoRNEL.— (Completando su juicio.) Prodigáis las citas; bien se os pueden aplicar las palabras de San Pablo: Grcecis ac barbaris, sa- pientibus et insipientibus debitar sum. Silvio. — (Modesto y galante.) Acato y agradezco vuestro sabio dic- tamen. Bárb.— (En expectación ansiosa, clavados los ojos en la puerta.) jPor allí. . , ! Oías pasados desde que no le veo, ¿cuántos sois? Ya mi memoria no sabe contaros. . . No veo nada. . . ¡Oh, sí! Al- guien viene. (Pausa. Medrosa se acerca más á lá puerta. Aparece Leo- nardo y se detiene en el umbral. Ambos se miran perplejos, silencio- sos. Silvio y Cornelia se alejan hacia el foro.) {Leonardol Leonardo. —(Inmóvil, como deslumhrado.) ¡Visión celeste! BÁRB. — ¡Al ftn. . .! (Corriendo hacia él con arranque amoroso.) Leonardo. — (Avanzando.) Dios lo quiere. (Se abrazan, permaneciendo mudos, vencidos de la emoción.) Silvio. —(En el fondo.) Respetable y lozana señora: si gustáis de con- templar los restos de la antigüedad pagana. . . CoRNKL.— El gentilismo no es de mi devoción. Enseñadme monu- mentos cristianos, la tumba de algún mártir.^. Silvio.— Por aquí. (Se alejan; desaparecen por el foro.) 3 34 / ESCENA X Bárbara, Leonardo. Bárb. — ¡Suprema dicha después.de agonía tan larga! Leonardo. —Verte es el bien; verte es la luz, el Cielo... (Se sientan frente á frente.) BArb.— Ingrato, ingrato... ¿Por qué desde tu regreso de Albania has permanecido oculto en el convento?. , . ¿Por qué evitabas verme? Leonardo.— Razones de suprema delicadeza. . . razones de concien- cia me movían á encerrar nuestro amor dentro del puro pen- samiento escrito. BÁRB.— Tus cartas, sobre todo las últimas, me revelan exaltación, desvarío, una tristeza fúnebre. . . Leonardo. — Las tuyas me han revelado una turbación hondísima; miedo á la verdad, Bárbara; á una verdad funesta que ni yo ni tú osábamos menjcionar por escrito. Ya es tiempo de que abordemos, así. . . así. . . tu rostro frente al mío; mis miradas cruzadas con las tuyas, el espantoso infortunio que nos ha traí- do la' Fatalidad. BÁRB.— (Con grande aliento.) Sí, Leonardo mío: pon frente á mí la ver- dad que estremece y anonada. Acúsame. . . Aquí me tienes. . . De tí acepto el fallo terrible. . . el castigo si es menester. Leonardo.— jSi te acuso menos de lo que crees! ¡Si note condeno!... En rigor, no debo condenarte. BArb.— (Con espontaneidad repentina y seca.) ¿Cómo lo supiste? Leonardo. —Enterado del suceso mucho antes de salir de Albania, no necesité más para tener exacto conocimiento de todo. . , de todo, amada mía. . . ¿No sabes que yo te llevaba en mi alma, que tus sentimientos eran los míos, tus ideas mis ideas? BÁRB. — Del mismo modo te llevo yo á tí en mi alma... ¡Siempre conmigo, Leonardo. . . siempre tu pensamiento en el mío! Leonardo.— Mi voluntad ^n tu voluntad. ¿Qué mejor explicación puedo darte de que yo adivinara...? Separados estaban nues- tros cuerpos. Nuestras almas, comunicadas y regidas por eflu- vios misteriosos, formaban un. alma sola, y de todos sus im- pulsos, de todos sus actos, eran igualmente responsables. ¡Si 35 la tragedia estaba en mi voluntad, cómo no adivinar la tra- gedia! ©ÁWB.— (Con estupor, viendo venir la idea.) Pero. .. no pensarás que. . . Leonardo. -T Culpa ble fuiste. ., yo lo fui más. 8ÁRB. — (Espantada.) No, no. . . tú no. Lkonardo.— ¿No te acuerdas, amada mía? El día anteriora tu de- lito nos vimos en el pórtico del Teatro griego, al caer de la tardé. Noche serena descendió sobre nosotros, rodeándonos de soledad y misterio. Habló nuestro amor saltando de labio en labio. Bárb.— Habló nuestro amor, declarando su pureza inmaculada... (Nerviosa, se levanta.) Leonardo. —Mientras existiera entre nosotros la barrera del honor, del deber. . . BÁRB. — Sí, sí . . . y nombramos al monstruo, y yo dije. . . Leonardo. — (Vivamente los dos, quitándose uno á otro la palabra de la boca.) Fui yo quien dijo: cEs preciso matarlo.* BArb. —Yo, yo lo dije antes que tú. Leonardo. ^No, no: yo fui el primero que expresó la idea terrible.. .^ yo, yo. BÁRB.— Falso. Recuerda bien. Yo dije esto: ponerse á su nivel. ) Oye... sé que te gusta el vino... No me conformaré con darte un tonel del mejor que poseo. . . Te da- ré, á más del vino, la viña que lo produce. Esopo. — (Con cierto embeleso.) ¡La viña! BÁRB.— ¿Te acuerdas de aquella viña de Belpasso? ¡Soberana viña,, que da el mejor vino de Sicilia! Esopo. — (Como en éxtasis, asociando el H^aierlóo á la idea de embriaguez.) ¡Water loo! BÁRB. — ¡Incomparable licor, que colma de alegría el alma del mortal dichoso que lo bebe! Esopo. — (Con gran e&fuerzo sobie sí para librarse de la sugestión.) No, no... no me tentéis. . . Tentaciones y malos pensamientos, huid del hombre solitario. 49 ^©ÁRB.— (Iracunda.) Miserable, ¿qué dices? Es 0P0.-> Atribulado, invocando al Cielo.]' j Ampáreme Dios! ¡Madre mía, socórreme! ^ BArb.— Menguado, sé compasivo, y tu madre te bendecirán Esopo.— No, no. . . Mi madre no quiere. (Se golpea el cráneo.) Mi ma- dre no me deja ser compasivo. BArb. — ¡Imbécil! Esopo. — Mi madre no quiere que salve al Capitáa« Bárb.— ¿No has dicho que le crees inocente? Esopo.— ¡Pues por inocente, señora! Bárb. •* ¡Redomado bribón, asesino! Esopo.— Mi madre ¡por ésta! me ha dicho ayer>.. echando desús ojos lágrimas de fuego, que para que acaben sus pena$, es pre- . ciso. . . es preciso. . . ¡por ésta! que mueran en Siracusa, por mano de la justicia, muchos inocentes. BÁRB.— (Atónita.) ¡Morir la inocencia! ¡Qué repugnante superstición! ^ Esopo.— Así lo ha determinado Dios. . . Dios, Dios le ha dicho á mi madre que por cada inocente que aquí muera, le quitará cien años de Purgatorio. ... BÁRB. — ¡Blasfemo, impío! Esopo. — Por cada culpable que muera, no le quita más que.. . tres años. BÁRB« — ¡Bellaco, alma de hiena! EsoPO. —Sangre de inocentes es la que salva... .Mi madre lo sabe; vos, que estáis llena de pecados, no sabéis esto. (Coge su cesta para retirarse.) Yo no desobedezco á mi madre. . . ¡por ésta! Ved por qué no quiero serviros, no quiero. . . (Alejándose.) En todo cede un hombre; pero en cosas de religión no puede ceder, no. .« en cosas de religión, no. . . BÁRB.— (Horrorizada, ala derecha, viéndole partir.) ¡Inmunda charca lle- na de podredumbre es tu religión, y tu madre una sabandija del Infierno! Esopo. — (En la puerta.) En cosas de religión, no. (Suena el primer cafio- nazo de la salva que anuncia .el Te Deum, Esopo sufre una sacoriida, y exclanja con fuerte voz:) ¡Waterlóo! (Ábrese la puerta por dentro. Entra Esopo canturriando.) BÁRB.— (Viéndole desaparecer.) Borracho, vuelve á tu soledad tenebro- sa. . . Alguien sale. . . Es Montanari. 50 ESCENA VIII Bárbara, Montanari; después Silvio. Montan,— (En la puerta de la privón. Viste toga negra, peluca blanca.) Señora, si teméis las impresiones penosas, debéis retiraros. BArb.— ¿Qué hay, Montanari? Montan. —Pues no vienen órdenes en contrario, cumplo las que ya se me dieron. Mando al reo á la Ciudadela, Bárb.— fCon grande entereía.) Alma, no me abandones. Le veré par- tir. (Colócase á la derecha, segundo término. Sale Silvio del jardín de Horacio.) Montan. — ¿Hay contraorden, Silvio? Silvio.— No. Montan.— ¿Ni aplazamiento siquiera? Silvio. — No. (Mirando al interior de la Intendencia, donde se supone que van entrando, por otra parte del edificio, los altos funcionarios que luego se indican.) Ya llegan los señores que se reúnen aquí para asistir al Te Deum, (Entra en la Intendencia.) BÁRB. — (Observando desde la derecha.) Los primates de la Justicia; el viejo Taormina, Asesor general, y el venerable Selinonte, Li- mosnero de la Intendencia. (A Montanari, indicándole su deseo de hablarles.) ¿Podré. . .? Montan.— No pidáis clemencia á los que ya sentenciaron. A Horacio debéis pedirla. BÁRB.— (Sefialando las rosas pisoteadas.) He pisoteado al monstruo ••• Míralo. Montan.— (Con dulzura.) Dominad vuestra ira. Entendeos con Ho- racio. BÁRB. —Quiero hablar con la Justicia. Montan.— (Deteniéndola.) Será inútil. BÁRB.— (Intentando ganar su voluntad.) Montanari, óyeme... Montan. —Ahora no. (Compadecido.) Os suplico, señora, que no estéis aquí. (Inquieto, mirando á la izquierda, por donde saldrá Leonardo.) BÁRB.— Déjame. Sé mirar mi dolor frente á frente. (De la prisión salen dos guardias; tras ellos, entre otra pareja de guardias, Leonardo. Viste traje civil. Su aspecto es de gran sufrimiento y extenuación.) 51 ESCENA IX BARBARA, MONtANARI, LsONARDO y GUARDIAS; despu6s CORNBLIA. ■ BArb. —(Asustada, retrocede á la derecha, de cara á Leo|iardo.) ¡Leonardo, pobre mártir! (Se detiene la comitiva.) No esperabas verme en tu camino doloroso. Leonardo. —(Con voz apagada.) Caminos floridos ya no hay en el mun- do para mí. . . ni para tí, Bárbara. BArb.— Entre los santos has querido colocarte. Leonardo.— (Austero y triste.) No aspiro á la santidad. Aspiro á mi " redención y á la tuya. (Detiénese un instante.) Sigue mi ejem- plo. . . No temas el deshonor, ni la ignominia, ni la muerte misma. BArb.— (Con pasión, protestando.) Muerte no. Amo mi vida y la tuya. La tuya defenderé. No desespero aún. Leonardo.— ¡Pobre alma, ríndete á la verdad! BArb. — (Valerosa.) No me rindo. Lucharé hasta el ñn» Montan.— (A los guardias.) Seguid. Leonardo.-— Adiós. (Suena el segundo cañonazo de la salva. Sigue la comi- tiva presurosa por el foro.) BáRB. — (En el proscenio, viendo desaparecerá Leonardo.) ¡Oh, iniqui- dad, sarcasmo de la Justicia!... ¡Inspíreme Dios; inspiradme, deidades del Cielo y de los abismos! (Montanari retrocede y entra en el palacio. Viene Cornelia por el foro.) CoRNEL.— ¡Hija del alma! ¿Has tenido valor para presenciar. . .? BArb. — Valor tengo: ya lo ves. CoRNEL. — ¿Qué esperas? Vamonos de aquí. (Empiezan á salir de la Intendencia los personajes que van al Te Deum.) BArb. — Nó, no: de aquí no me muevo. CoRNEL.— (Queriendo consolarla.) No pierdas la esperanza. Algún me- dio habrá... BArb.— (Mirando á los personajes.) Hay uno, el mejor, el infalible. (Aparecen Taoroaina, con toga roja, apoyado en el brazo de uñ Oficial de la Guardia, y Selinonte, en traje episcopal, seguido de dos pajes. Siguen dos curiales, con toga negra y peluca blanca; el Contador, el I.- 5» Comisario y el Visitador, en traje civil de gala con bandas y cruces; algún militar viejo; g\iardias. Por el fondo acuden hombres y mujeres del pueblo que se agregan á la procesión.) ESCENA X Bárbara, Cornelia, Silvio, Montanari, Taormina, Sblinontb, Funcionarios db los órdenes judicial, civil v militar. CoRMEL.— (Queriendo llevarse á Bárbara .')' Hija mía, dejemos pasar esta mascarada. BArb.— (Desprendiéndose délos brazps de Cornelia.) Suéltame. (Avanza al encuentro de la comitiva.) Perdonad, señores, á esta mujer in-. feliz que os detenga un instante. Montan. — (Imponiéndole discreción con un gesto.) Señora Condesa. • • Taormina. — (Que apenas ve, pregunta á los que le rodean.) ¿Qué pasa? ¿Quién es? Bárb. — Soy yo. ¿No me conoce el noble Marqués de Taormina, el fiel amigo de mi p adre? Y vos, Selinonte, amigo y deudo, ¿tam- poco me conocéis? Selinonte. — Permitidnos. . . Vamos á la Santa Catedral. . . BÁRB.^Sí. . . ya sé. . . á dar gracias á Dios por la derrota del Impe-. rio. Ya consideramos la paternal atención con que el Dios Omnipotente oirá vuestras voces graves, las más graves que suenan en el mundo. Hasta nosotros llega el eco que tendréis en la inmensa majestad de los Cielos. Montan.— Señora, dejad paso... Taorm.— Condesa Bárbara, ¿tenéis algo que pedirnos? BArb.— Os pediría justicia. ¿Pero á qué pediros lo que no sabéis dar? Selinonte. —Ea, basta ya. Llevadla. BArb. — Una palabra sola. Vos, Selinonte, que representáis un Tri- bunal más alto, como ministro que sois del que llamamos Dios de Justicia, alzad la voz conmigo para preguntará estos Jueces la razón de haber condenado á un inocente sabiendo que lo es. Montan.— Señora, respetad. .. Taorm. — Respetad, para que no se olvide el respeto que por vuestro linaje merecéis. Bárb.— Taormina^ han condenado á un inocente sabiendo que lo S3 es, y vos habéis conñrmado la seateacia inicua. Desdecios, volveos atrás, retirad vuestro nombre ilustre de ese fallo infa- mante. Vuestras canas, vuestro cuerpo encorvado, que se in- clina ya sobre el sepulcro, dicen que pronto habréis de com- • parecer ante el Juez grande. ¿Qué le diréis, Taormina? No es- tá bien que digáis: cSeñor, prevariqué porque el tiranuelo me daba un estipendio con que remediar mi ruina.» Taorm.~(Coq amargura.) Quejas de mujer. . . intolerables quejas. Silvio.— (Aparte á Cornelia.) Llevadla de aquí. Selinonte. —(Coa ánimo de seguir.) Apartad, señora. . . BÁRB.— Un momento, un momento solo, para decir una verdad que ha de esclarecer vuestras conciencias ofuscadas. Montan.— No es ocasión. BArb. —Ocasión es... [Grande, fenomenal rareza es para vosotros la verdad! ... No sabéis decirla ni escucharla. Pues oídla de mí, oidla de quien conoce mejor que nadie la trágica muerte de Lotario... ¿Sabéis quién mató á Lotario Paleólogo? (Pausa.) Yo. (Suena el tercer cafionazo.) Taorm. —Llevadla, encerradla. . . BArb. — (Con fuerte voz, avanzando.) Yo. (Vuélvese en redondo para enca- rar con todos los presentes.) Yo. (Pausa.) ¿Os asombráis?. . . Soy la única culpable. CoRNEL. — (Vivamente, sobreponiéndose á la sorpresa.) No es cierto. Taorh.— No sabéis lo que decís, desventurada. Bárb.— ¿Pero no me creéis? ¿Ni aun acusándome me creéis? Selinonte. — Yo sostengo que no decís la verdad. BArb. —La repetiré, agregando las más graves imputaciones de mí misma. Di muerte á Lotario porque le aborrecía. No quiero atenuar la gravedad de mi delito. £1 hombre que habéis con- denado es inocente. Aquella noche no estaba en Siracusa. Taorm.— Señora, permitidme deciros que vuestro juicio está turbado, Bárb.— (Fuera de sí.) ¿Pero estáis ciegos, ó he de dudar de que hay Dios en los Cielos, de que es la tierra este suelo que piso? Montan. —No creemos lo que decís, Bárb.— ¿Dudaréis de este sol que nos alumbra? ¿No creéis que yo, yo sola, di muerte á Lotario? Todos.— No. BÁRB.— ¿Creéis que le mató Leonardo? Todos. —Sí. Bárb! — (Frenética.) Pues yo niego lo que afirmáis, y afirmo lo que po- néis en duda. Taorm.— El Tribunal que supo apreciar la verdad de los hechos., aprecia en este instante la verdad de vuestra demencia. Oidnie, señores ilustres^ la explicación de este desvarío. Inocente es la Condesa del crimen que confesó Leonardo; pero es culpable de la flaqueza de amor. BArb.— ¿Qué dice? Taorm. — Amáis al criminal... Pero éste es un delito no compren- dido en el fuero de la ley« (Desfilan lentamente.) Selinonte. — Se acusa por salvar al verdadero culpable. (Con admira- ción, pasando junto á Bárbara.) Inaudito caso de sacrificio por el amor. . . Vuestro mentir, señora, es un bello mentir, más pro- pio para ser tratado por los poetas que por los Jueces. CoirrAD. — ¡Delirio de abnegación! (Avanza la comitiva hacia la derecha, y se interna por detrás del jardín de Horacio.) ^ Selinonte. — No es delito el amor que ofrece su vida por la ajena. Taoru.—- Amor exaltado es ese. . • amor digno de admiración, no de castigo. BíLrb. — (Viéndoles desfilar.) {Jueces falsos. . .! ¡sacerdotes de la menti-i ral ¡Me creen demasiado buena.,, me creen heroínal (Con nuevo arrebato quiere soltarse de los brazos de Cornelia.) Déjame... quiero ir tras ellos. (L.a comitiva va desapareciendo. £1 pueblo la ñgue.) CoRNKL.— (Conteniéndola.) No. . . ¿Qué intentas? BArb'. — Quiero, quiero. •• la única venganza que puedo tomar de esos despreciables maniquíes. . . Quiero arrancar de esos pe- chos envilecidos todos los emblemas creados para premiar la virtud y el honor: cruces, bandas, collares. Quiero que caiga al suelo esa quincalla, adorno de los corazones corrompidos... al suelo, sí, para que pueda yo pisotearla á mi gusto. . . (Suena el cuarto caAonazo. Aparece Horacio por la puerta de su jardín.) ESCENA XI Bárbara, Cornelia, Horacio; después Dsmetrio. HoRAC . —Señora ... BÁRB.— (Acudiendo á él consternada.) Horacio. . . me acusé. No me han creído. HoRAC— Ni os creerán. Previsto estaba todo, BArb. — Quise corromper á tus sicarios. • • nada conseguí. 55 HoRAC. ^-Cuanto inteatéis será inútil. Aceptad, señora. . . Bárb.— (Poseída de frenesí, agarrando convulsivamente los brazos de Hora- cio.) Tú, falsario, dijiste á los Jueces que soy una mujer he- róíca, que yo me acusaba para salvar á un inocente. ¡Mentira! Corre, Horacio, corre; diles la verdad. Criminal soy. Dios lo sabe: dfselo tú á los hombres. Que me condenen á muerte. . . que muramos los dos. HoRAc— ¡Absurdo! Fuera de lo que os propuse, no hay solución. BÁRB.— ¿No existe aquí más poder que tú? HoRAG.—>No hay más poder que el mío. BÁRB. — Tú eres la Justicia, tú eres la Ley. HoRAC. — Yo soy todo. BÁRB.— (Cae de rodillas con súbito desfallecimiento. Permanece agarrada á los brazos.de Horacio.) ¡Ay. . . triste de mí!. . . No puedo más. Estoy muerta. En el límite del padecer humano, me entrego al Destino. . . me entrego á tí. HoRAC. — (La levanta tirando de sus brazos suavemente.) Rendios. . . Des- cansad en mí. BÁRB.— (Casi sin aliento.) Acepto... tu trato... acepto. Diablo del Paganismo, del Cristianismo, de toda creencia en que hay de- monios, tráeme. . . tráeme á ese hombre. . . HoRAC.—Es bueno, es sencillo. . . BArb.— Aunque su fealdad exceda á la de la jimia, y su ñereza á la del león, seré. . . seré su esposa, seré su víctima. No es Deme- trio, no. Tú, espíritu infernal y justiciero, has resucitado á Lotario para mi castigo. HoRAC. — Desechad, señora, esas ideas. Os doy la vida, la paz. (Bárba- ra, agarrada á los brazos de Horacio, oculta entre ellos el rostro. Apa- rece Demetrio en la puerta del jardín: detiénese allí. Horacio con un gesto le manda avanzar.) Vedle aquí. (Suena el quinto caflonazo.) BÁRB. — (Al levantar el rostro y ver á Demetrio, se estremece.) ¡Es él! (Re- trocede aterrada, sin quitar de él los ojos. Horacio contiene á Deme- trio, que intenta ir tras ella. Ambos permanecen perplejos en el pros- cenio derecha.) ¡Lotario vivo!. .« (Busca las vueltas entre los pinos para alejarse.) No me toques. (Trémula, medrosa.) Vuelve al char- co de sangre, bárbaro, verdugo mío... No volveré á ser tuya... Te aborrezco. . . ¡Tuya nunca, nuncal (Da un grito y desaparece en la selva de pinos. Cornelia va tras ella. Mudos y consternados, la siguen con la vista Horacio y Demetrio.) FIN DEL ACTO TERCERO ACTO CUARTO Lujoso gabinete de Bárbara en Castel-Términi. En el primer término^ á la derecha f puerta pequeña que conduce d la alcoba; frente á ésta^ primer término de la izquierda, pturta grande por donde se va hacia la capilla del palacio. Ambos huecos se cubren con riquísimo y an^ cho cortinaje, Al fondo , gran arco que da á una galería por dou' de entran los que vienen del exterior. Por las ventanas abiertas de la galería se ve el jardín. Sillas y mesas de estilo griego; adorno de estatuas de mármol y bronce. Es de noche. Lámparas magnificas alumbran la escena. ESCENA PRIMERA Horacio, impaciente, paseándose y hablando solo; Silvio espe- rando órdenes. HoRAC— ¡Restablecer el derecho perturbado! Difícil problema... el más grave que me han planteado en fatal combinación perso- nas y cosas. Quiero hacer perdurable mi amistad con el Prín- cipe; quiero la paz de la Condesa. . . Silvio. — ¿Ordenáis algo más? HoRAC— Dirás en casa que no me muevo de aquí, de Castel-Térmi- niy hasta que. . . (Vuelve á caer en su meditadc^n. ) Silvio.— ¿Habéis determinado -que esta noche. . .? HoRAC. —Esta noche y mañana saldrán de Siracusa dos naves. . . dos gallardas naves. . . Silvio.— Ya... Irán hacia Oriente. HoRAC— No... cada cual tomará su rumbo. (Cambiando bruscamente de idea.) Pero esa mujer, esa mujer. .. ¿Todavía no han podi- do Cornelia y Filemón sosegarla, traerla á su palacio? Silvio. — Ya os he dicho que al anochecer se había calmado la exalta» 57 ción de la Condesa. Divagaba por campos y ruinas acompaña- da del arqueólogo y su mujer.. . £1 Príncipe la seguía. ¿Que«» réis que vuelva yo. . .? HoKAC— No. .. Vete á la Giudadela. Ya estarán allí Monseñor Seli- nonte y Montanari con órdenes precisas referentes á ese mís- tico exaltado, á ese español sin seso^..^ Entérate de lo que han hecho y ven á decírmelo. . . Pronto. Silvio.— Al instante. (En la puerta del fondo.) Aquí llega el Príncipe, HoRAC. —¿Solo? Silvio. —Con el Capitán de Guardias que habéis puesto á sus órdenes. HoRAC— Que el Capitán espere en la galería. (Entra Demetrio. El Ca- pitán que le acompaña y Silvio desaparecen en la galería.) ESCENA II Horacio, Dembteio. Deuet. — Horacio, ¿dónde te metes? HoRAC. — Aquí estoy esperándoos... Contadme... Fuisteis tras la Condesa ... La alcanzasteis al ñn en las ruinas del templo de Ceres. Demet.— Sí. (Rabioso.) jPor San Isaac bendito! ¿Creerás que cuando la tuve- al alcance de mi mano me sentí medroso, sobrecogido? HoRAC— [Ay, ay!. . . Mal sienta al gigante la timidez. Demet. —Es mi rudeza, mi barbarie, que me ata la lengua y me en- ciende «1 rostro cuando tengo que requerir por lo fino á una mujer de alta clase. (Da una patada.) jMaldita cortedad! HoRAC— ¿Y ni siquiera supisteis observar. . .? Dbmbt. — La vi, Horacio, bien de cerca; la escuché... Lléveme el diablo si no está su- razón enteramente perdida. HoRAc— No penséis tal, Príncipe; no, no. Dbmet. — (Con fiereza.) Cállate, renegado, y no me busques el genio. Hicimos un trato, que por tu parte no has cumplido. HoRAC. — Bárbara será vuestra. Demet. — (Remedándole.) {Bárbara será vuestra! ¡Ah, marrullero! Al cambiarte mis estatuas por una mujer, entendí que esta mujer había de estar en su sano juicio. ¿Pues qué, mis estatuas no son de ley? ¿Porque á alguna de ellas le falte la cabeza, has querido tú encajarme una mujer sin seso? . 58 HóRAC»— Por Dios, Príncipe, no hay tal locura. Trátase de una de- sazón fugaz. Es lo que. la moderna ciencia llama vapores^ tur- bación que de las entrañas sube al p^rebro. Afectadas de este achaque suelen estar las viudas; pero se curati, cuando dejan de serlo.. DiMBT. —Según eso, yo,\ * HoRAC— Seréis sin duda su mejor médico. Bárbara os amará; seréis dichoso. Demet.— (En éxtasis.) ¡Ah! HoRAC.^Lo aseguro, lo garantizo; ñjaos en que está necesitada de cariño, de homenajes persistentes, delicados. Poned gran em- peño en no pareceres moralmente á vuestro hermano, ya que en la figura y rostro sois semejantes. Demet. —Ya, ya. . . Mi semejanza. . . HoRAC. — No fué otro, señor, el motivo de la grave turbación de la Condesa esta tarde. • . Demet.— (Caviloso.) ¡Mi semblante, mi fachal HoRAC— ¡Padeció tanto la infeliz en su primer matrimonio! Dembt.— Pero en mi corazón, en mi. . . en mi trato familiar no ha- llará, no, la misma semejanza. HoRAC.— Cierto. Mas para eso^. aprended á prodigar la ternura, el halago, el mimo... . Demet.— ¿Y cómo es el mimo? HoRAC. — El amor os lo irá enseñando. Demet. — ¡Mimos yo, con esta cara. . . y estas manazas. . .1 HoRAC— Vuestra misma rudeza os dará naturalidad, y el aire ingenuo que tanto agrada á las hembras. Demet.— ¿De veras? (Con risa infantil.) ¡Yo!. . . ¿Crees. . .? HopAC. — Seguid, seguid contándome... Bárbara salió de las ruinas y con paso incierto corrió por el campo. Demet.— Cop, ella iban Cornelia y Filemón. . . yo detrás. Llegamos á un ribazo todo cubierto de flores. . . Era como un tapiz lin- dfsimo.k. amapola^, adormideras, narcisos silvestres. Entre tantas flores, Bárbara escogía las adormideras y llenaba con ell^s su falda. HoRAC— ¿Nada más que adormideras? Demet. —Nada más. . . Después, sentada al pie de un ciprés de tronco robusto, de follaje espeso, tan alto que parecía tocar el cielo, se adornó con flores la cabeza, el seno. . . ¡Qué divinidad! En ello empleó un rato, presumida, risueña, colocando cada flor con esmero, con arte. 59 HoRAC— (Vivamente.) Desgraciado, ¿no visteis la ocasión de acerca* ros, de hablarla? Dembt.— Sí, Horacio, sí. .. me acerqué despacitp, despacito, Volvi6 Bárbara la cabeza y me vio. « . . x HoRAC. —No extrañarías que se asustara un poco. . . Dembt.— Nose asustó. Su mirada me revelaba curiosidad, compa- sión; miedo no... HoRAG. — Debisteis proceder con bizarría, inclinándoos respetuoso,, cogiéndole una mano. • . Dembt.— Pues mira, lo pensé, lo pensé. Alargué yo mi mano para coger la suya. . . pero. . . no me atrevía. . . me atrevía. . . vuel- ta atrás. No hice más que tocar su mano con mis dedos, y al punto los retiré como si me hubiera quemado. HoRAC— ¡Qué simpleza! ¡Si llego yo á estar allí. . .1 Y por supuesto^ no dijisteis nada. Demet. — Sí, sí. . . dije. . . «Bárbara. » Pero la voz me salió tan bron- ca, que de oiría me asusté yo mismo. Ella se levantó de súbi- to, dio algunos pasos, volvió á mirarme sin temor, Horacio^ sin temor ninguno. . . y cuando yo me acerqué de nuevo, tom6 la palabra Filemón para endilgarle un sermoncillo pagano, que ella escuchaba muy atenta. HoRAC. —En efecto: encargué yo severamente á Filemón que apro- veché las añciones paganas de la Condesa para sosegar su es- píritu y... Demet.— (Interrumpiéndole furioso.) ¡Por David y su arpa, no. . . no!..* Los embustes gentílicos, antes que medicina, son mayor vene- no para las molleras trastornadas. ¡Al diablo Júpiter y toda su parentela... dioses ladrones. ... diosas impúdicas! ESCENA III Los mismos. — Filemón, presuroso por el fondo, Filemón,— ¿Qué decís, señor, de los pobrecitos dioses? Demet. (Iracundo.) Digo... que si vuelve ó no á su casa la señora Condesa. HoRAc. — Eso te pregunto: ¿por qué no la traéis ya? Filemón. —Calma, señpr .intendente; calma, Serenísimo señor... Bár- bara recobra poco á poco su ser normal. Todo ha sido un des- varío pasajero, producido por la sorpresa, por la emoción, por... 6o 3)emet.— Por vuestros delirios mitológicos. . . (Iracundo, altanero,) Ea, basta de monsergas. . . Entre el arte pagano y el arte de la jus- ticia, también á mí me estáis volviendo loco. . • No más, no más. Horacio, hicimos un -pacto. .. ¿Lo cumples ó no? HoRAC. —Lo cumplo. Cemet. —¿Cuándo? tíoRAC— Más pronto de lo que creéis. Demet.— Mira lo que dices. HoRAC— Sé lo que digo. Me disteis plenos poderes. . . Demet.— Sí. fioRACi.— Me disteis autoridad sobre vos mismo. Demet.— Sí: yo prometí obedecer ciegamente tus disposiciones... ¿Qué debo hacer ahora? tíoRAC— Ir á mi casa, á la vuestra, y recoger y ordenar, guardándolo en cajas y estuches, vuestro inmenso caudal de perlas/ de pie- dras preciosas... Ya me dijisteis que pensabais ofrecerlo á Bárbara como regalo nupcial... Demet.— Cierto. . . (Suspenso, receloso.) ¿Pero es tan urgente. . .? flORAC— Sin duda. . . Oemet.— ¿De veras...? Horacio, ¿crees tan próximo, tan inmediato mi...? fioRAC— Inmediata veo vuestra felicidad cuando os digo que dispon- gáis todo como si fuerais á emprender un viaje. Demet.— Por la cabeza de Holofernes, quieres embarcarme, quieres zafarte de mí. . . fioRAC— Os he dicho que pronto cumpliré lo pactado. Demet.— ,! Mañana? HoRAC— Antes... Esta noche. Demet.— (Estupefacto, siempre receloso.) Esta noche. ¿Te burlas, Ho- racio? ¡Cómo es posible. . .! ¿Sueñas tú? ¿Sueño yo? íHorac— Esta noche ó nunca. Demet. — Repítelo. (Acercando su rostro al de Horacio.) Vea yo de cerca tu rostro. . . Repítelo. . . HoRAC- (Gravemente.) Esta noche ó nunca. Demet.— Mira que nadie en el mundo se ha mofado impunemente de este hombre sencillo y ñero. . . Mira que si me burlas no te valdrá tu poder, no te valdrá tu autoridad... Explícame.... ¿Qué harás. . . qué. . .? ^ORAC— (Con arrogancia.) No explico nada... Obedeced ciegamente como prometisteis • Demet.- ¿Bárbara. . .? ¿Dices que esta noche. . .? HoRAC— Será vuestra esposa, Dkmet.— ¿Con libre consentimiento? HoRAC— Sí. Demet . — ¿Y/de la cabeza . . . ? HoRAC.-^Bien. Llevará su juicio sano... juicio de mujer. Dehet. — Tú me engañas. . . ¿Qué tramas, qué intentas? Dsíbo saber- lo, debo enterarme. . . Aquí me planto. HoRAC. — Iréis á casa... y volveréis cuando yo lo determine; an- tes no. Demet. —Con pretexto de mis alhajas quieres alejarme. (Bufando.)}* Bien: en tu casa te espero, ¡Ay de tí si...! (Dirígese al foro.) HoRAC— Aguardad, que aún tengo algo que mandaros. Demet. — (Furioso, descompuesto.) ¿Qué es esto? ¡Que me Vaya, que- vuelva. . .! ¿Me tomas por un zarandillo*^ ¿Estoy aquí de mo- nigote para que juegues conmigo y hagas reir á la gente? (Gri- tando.) Ya no sufro. más tus burlas... Entiéndelo, truhán.- Soy quien soy. . . sé imponer respeto á los inferiores, aunque sean Intendentes. . . (Rugiendo.) ¡Por Judas, por Jonás, yo te juro que si me irritas. . .1 (Sigue vociferando y gesticulando.) FiLEM. — (Aparte á Horacio, al otro extremo del proscenio.) Señor, ¿no te- méis que se desborde su ira? HoRAC. —(Aparte á Filemón.) No hay cuidado. . . Verás á la fiera obe- diente al látigo del domador. (Alto, con acento paternal, cariñoso. )" Príncipe... venid aquí. Demet. — (Sigue rugiendo, ci:ispados los dedos, la mirada íeroz;sus voces son casi inarticuladas.) jSi me burlas te arranco el alma. . . y te. . .T HORAG. — (Con voz serena, de autoridad sugestiva.) Acercaos... os lo- mando. Demet. — (Se acerca lentamente, con más sofocados rugidos, encorvando e^ cuerpo, apretando los pufios.) {Por la Madona de Sitza!... ¡Por las ternillas de Júpiter! . . . (Llega junto á Horacio.) HoRAC— Venid á mí. . . dejaos acariciar de vuestro amigo. (Le da pal- maditas en el hombro.) Serenaos. Oid mis nuevas órdenes. Sé que tenéis en el puerto alguna de vuestras naves. . . Demet. — (Cambiando súbitamente de la ira á la sorpresa.) Tengo tres; en» tre ellas la mejor que poseo. HoRAC— Disponed que esté lista para darse á la vela. . . Demet . — ¿Cuándo? HoRAC. — Antes de amanecer. Partiréis en ella con vuestra esposa..^ Demet. — (Con gran viveza.) ¿Es Verdad lo que dices? (Efusivo y sin có- lera.) ¡Horacio, gran Horacio. . . ! 62 HoRAC. —Partiréis digo . ^ . Dembt. — |Y saldremos ella y yo en mi barco por el libre mar! ¡Oh , delicia! (Receloso otra vez.) ¡Horacio, Horacio! HoRAC.— Haced lo que os manda el que es por esta noche vuestro ti- rano. 1>EMET.— (Vivo y alegre.) Sf: todo estará dispuesto. Y partiremos para Oriente... Visitaremos Constantinopla^ Egipto, Palestina... HoRAC. — Permitid al tirano que os marque la derrota que habéis de seguir. Iréis hacia Poniente... Dbmet.— Bueno, bueno... Malta, Túnez, Argel... HoRAC— Y no perdáis tiempo. Oemet.— Tiempo, tiempo, no te me escapes... (Vase corriendo por el foro.) ESCENA IV Horacio, Filemón. FiLEM.**¿Y no teméis que algún indiscreto le revele esta noche la peligrosa historia... el español Acuña... la pasión de Bárbara...? fíoRAC. — (Inquieto, paseándose.) Todo está previsto. El Capitán de guardias que le acompaña tiene orden de cerrar el paso á las indiscreciones... Nadie le dirá lo que no debe saber. Debajo de esas apariencias de hombre terrible que se come el mundo, se esconden la inexperiencia y la credulidad de un niño. Corazón excelente... alma sencilla... Si así no fuera, ¿crees tú que yo...? FiLEM. — Sois la suprema agudeza. HoRAC. — ¡Inmenso problema, Filemón! FiLEM.— Sí... no es mal nudo el que habéis de desatar, por Jano y sus caras. HoRAC. --Ilumíneme Dios... Y tú has de ayudarme... ayúdeme tam- bién ^tu esposa... Cuenta con que yo... mejor dicho, el Prínci- pe, te costeará la impresión. FiLEM.— ¡Oh! Tesoro Enciclopédico ^ Sinóptico y,.. Adelante, señor. Contad. conmigo. (Entran Silvio y Montanari por el foro.) r ^3 ESCENA V Los mismos. — Montanari, Siltio. HoRAC— (Vivamente.) ¿Qué hay? Silvio.— Todo está hecho como lo mandasteis» HoRAC— (A Montanari.) ¿Fué contigo Monseñor Selinopte? MoNT.— Sí, señor; confesó al reo como si se le dispusiera para una bella mjierte... HoRAG. —Y una vez confesado, le notiñcaste su indulto. . . MoNT.— Fundado en que de las nuevas indagaciones resulta dudosa su culpa. .. HoRAC— Indultado con la condición precisa de que ha de partir coa los peregrinos franciscanos que salen para Tierra Santa ••• Aceptaría esta solución con gratitud, con júbilo. MoNT. — Sólo dijo: «Hágase la voluntad del Señor.» Silvio.— Y no vimos en su rostro ascético señal de alegría ni de pena. HoRAC— Bien: la peregrinación sale mañana. FiLEM.— Esta noche: me lo ha dicho el Prior. Al Calvario vendrá en procesión la Comunidad franciscana. De aquí bajarán los pe- regrinos al puerto, donde tienen prevenido el barco que ha de conducirles á Jafa. HoRAC. — Allá nos esperen luengos años. Silvio. — Oid, señor, lo restante, HoRAC,. — ¿Qué? M.ONT.~Lo de mayor interés... Recatándose de nosotros, habló Leo- nardo de Acuña con Monseñor Selinonte. Silvio.— Fué como una segunda confesión. MoNT.— Luego pidió pluma y tinta. . . sacó del pecho un librito, en cuya primera hoja escribió breves palabras. Silvio.— (Sacando de su bolsillo el librito.) Vedle aquí. Escrito lo que veréis, dio el libro á Monseñor, rogándole que lo ponga ea manos de la Condesa,. . Monseñor me ha hecho portador del encargo para que vos. . . HoRAC — (Con viva cuiiosidad.) ¡Oh, precioso mensajero...! (Contem- plando en la tapa la Cruz dorada, que indica que es libro religioso.) Es un Kempis. FiLEiiC—La Imitación de Cristo. . . HoRAC.^(Con religioso respeto, abriendo el librito*) Aquí expresó el espa- 64 ñol amorosa despedida... quizás la voluntad postrera ó la sana recomendación del hombre que abandona para siempre las va- nidades del mundo... (Lee en voz queda.) 9 Dios quiere que yo viva... Abrazo vida de penitencia.» (Cierra violentamente el libro.) No... Ni vosotros ni yo debemos leer esto. No profanemos el íntimo secreto de dos almas que deshacen su abrazo de amor y se separan, se divorcian, con resolución de no encontrarse ja- más en los caminos del mundo. ¿Conocéis algo más digno de respeto que el adiós de dos amantes que al separarse se dan cita en la Eternidad?. . . Esto es hermoso y triste. . . ¡Oh, vida humana! ¿qué hay en tí que no sea tristeza? (Con súbita anima- ción, guardando el libro.) Ea, las horas vuelan..! La Condesa tarda « . .Corre, Filemón, y tráela al instante. FiLEM.-— Al instante. HoRAC— (A Montanari.) Tú, manda preparar la capilla. Que venga Monseñor... pronto, pronto. FiLEM.— (Desde el foro.) Ya llega la Condesa. . . ya entra en el jardín, HoRAC.~(Con más prisa.) Que venga toda la clerecía... toda la curia. MoNT. — Está bien. (Vase por el foro.) HoRAC— (A Silvio.) Corre á casa. No pierdas de vista al Príncipe. . . Aquí le aguardo. (Saca el libro y lee un instante para sí. Aparece Bárbara con Cornelia y Rosina. Detiénese en la puerta. . . Trae la ca* beza y seno adornados con adormideras. Horacio, de espaldas al foro, no la ve. Cierra el libro; gozoso pronuncia breves palabras.) ¡Ventu- roso pensamiento! ¡divino mensaje! (AI ver á Bárbara, se coloca ít la izquierda.) ESCENA VI LrOS mismos. — Bárbara, Cornelia, Rosina y Dos Criadas de la casa de Términi. Estas y Rosina, á una señal de Cornelia, se retiran por la galería. — Entra Bárbara con paso lento, el mirar triste. Desde la puerta, fija en Horacio sus ojos con temor y de él no los aparta. Avanza lentamente, como una estatua que anda. Toma la dirección de la alcoba, queriendo evadirse de Horacio. HoBAC— ¿Qué teméis, señora? CoRNEL. — ^En tu casa no hallarás sino amigos ñeles. . . (Sigue Bárbara avanzando lenta y muda, como estatua. Alza la cortina de su alcoba. En tal actitud vuelve á mirar á doracip.) I 65 HoRAC. ^Señora, vuestros amigos más cariñosos os rodean. ¿No que- réis vernos? ¿No queréis recibir nuestros homenajes? (Bárbara permanece en la misma actitud. Filemón acude á ella.) FiLKM.— ^Ven^ hija mía; descansa entre nosotros. (Suelta Bárbara la cor- tina.) CoRNEL.^(Aparte á Horacio.) La fuerza de su delirio ya pasó. Está serena y triste, dominada por la idea de un morir próximo. HoRAC— No combatamos por el momento esa fúnebre idea. (Corne- lia y su marido llevan ¿ Bárbara á un sillón de respaldo bajo. Al de- jarse caer en el asiento, lanza Ain gran suspiro, fijando su mirada en el suelo.) CoRKBL. —(Colocada detrás del sillón, la acaricia.) Ángel, por tí velamos; no nos separaremos de tí. . . HoRAC. — (Acercándose á Bárbara con respeto y cariAo.) Y aunque no queráis, señora, 05 daremos la salud, la paz. FiLEM. —¿No ves á Horacio? CoRNBL. —¿No quieres verle? (Bárbara no aparta del suelo sus ojos.) HoRAC.^Ya no conoce á sus más ñeles amigos. BArb.— (Alza la vista; abandona su mano en la de Horacio.) Te conozco, sí. . . Eres el Destino. HoRAC. — El Destino soy si así lo queréis. BArb.— El Destino, que tiene encadenado al Tiempo y lleva los días presentes á los días pasados. HoRAC— En muchos casos, esta retroacción del Tiempo es inevitable, salvadora. . . Decidme: habéis espaciado vuestro espíritu en el campo florido, en las ruinas donde vagan las sombras de los Dioses. . , BÁRB. — ^En el campo mismo donde Pintón arrebató á Proserpina pa- ra llevarla á los Inflemos, he recogido adormideras. He reco- gido las flores de esta planta humilde, consoladora. Son las flores del descanso, del olvido, del sueño. . . Míralas, Horacio. Miradlas en mí. FiLXM.— Y por cierto que con ellas te has engalanado graciosa- mente. CORMEL. — ¡Ahí sí. . . HoRAC. — Poseéis un arte supremo para realzar vuestra hermosura. BÁRB.— Sí que poseo ese arte. . . jQué lindo adorno para entrar en el reino de la eterna quietud, donde el descanso no tiene ñn y el pensamiento se recrea en sí mismo. . . siempre, siem- pre! ... Cornil. — ¡Ohl no hables de morir. 5 ^1 66 Fn.BM.— De muerte no. HoRAC. —Vuestra juventud, vuestras gracias, pertenecen á Dios, y Dios dispone que viváis. BÁRB.— (Excitándose.) No lo dispone. Horacio, no dispone lo que di- ees. . . No hay más camino para mí que entregarme al Destino, dejar morir al ser amado. HoRAC. — Eso nunca: vos, generosa y grande, le salvaréis por los me- dios que os propuse. BArb.—EI Destino manda que muera él, que muera yo... El y yo somos culpables. Homicida fué aquel día el Amor moviendo la voluntad de Leonardo y el brazo mío. Hoy es el amor jus- ticiero, condenándonos á morir juntos. FiLEM. — Pero... (Horacio impone silencio á Cornelia y Filemón.) HoRAC — Callad... (A Bárbara.) La idea de expiación, sinceramente lo digo, me parece una idea saludable. No seré yo quien os desvíe de ella. BÁRB.— En mí se ha clavado esa idea. Desde que vino á mi mente, me sentí consolada... he visto mi liberación del tremendo castigo que querías imponerme. HoRAC— No es castigo: es sentencia dictada por la única lógica que poseemos los humanos... ¿Qué habláis de morir? Aunque con terquedad y violencia intentéis abandonar este mundo, no se- rá.. . no lo consentiremos. CoRNEL.— No lo permitiremos. FiLBM.— A la fuerza, como se sujeta á una criatura rebelde, te ama- rraremos á la vida. HoRAG. — Sois una existencia preciosa que á todos nos es nece- saria. BÁRB.— (Con mayor viveza y energía.) Yo os aseguro que moriré... ¿Quién podrá impedírmelo? HoRAC. ^Yo, señora, yo. El tirano os prohibe atentar á vuestra exis- tencia; pero no que sofoquéis vuestra ilusión y acabéis por matarla. . . no os prohibe el sacriticio, del cual bien puede sa- lir ilusión nueva, más duradera que la pasada. BArb. -—¡Otra vez! . . . Déjame. . . Dejadme. . . quiero estar sola* (Se levanta; quieren contenerla; forcejea.) No estéis á mi lado... os aborrezco á todos... á tí también, Cornelia; á tí, maestro. . . (Se tapa los ojos.) No quiero veros. Devolvedme mi soledad. •• quiero estar sola. lIoRAC— Oidme, señora. BÁRB.— Nada oigo... quiero el silencio. . . la soledad. 67 HoRAc— Yo os dejo morir, yo os permito que muráis. Mas no par- tiréis de este mundo sin recibir un mensaje que me han dado para vos. fiÁRB,— (Sobresaltada.)^ ¡Mensaje!... ¿Qué...? (Pausa. Horacio saca el librito y se lo maestra de lejos. Espanto y alegría de Bárbara, que retrocede.) Esa cruz... ese libro... es de Leonardo... es mío. . . (Ansiosa y suplicante, alarga las manos.) Dámelo... dá- melo. • • (Al cogerlo, lo agasaja contra su seno.) ¡Oh, prenda dul- císima! Fn^Eic.— (Sin poder contenerse.) No te añijas, hija del alma. Sabrás que. . . HoRAC— (Imperioso.) ¡Silencio! CoRNBL.— No la atormentéis, señor. .. 6ÁRB. —(Besa el libro. Desfallecida, cae en el sillón.) Es él, él mismo. Viene á mí en espíritu. (Besa el libro otra vez... lo contempla con arrobamiento.) Divino libro, divino por lo que contienes y por ser suyo... Hace un momento estabas en sus manos,., en sus manos ahora yertas. . . En esta cruz clavó sus ojos... ahora ce- rrados á la luz terrenal. (Intención de abrir el libro; levanta la tapa; la mantiene entreabierta, con suave presión de los dedos...) Aquí se extasiaba su alma, prisionera del mundo. . . ahora libre en la eternidad. •• (Abre el libro y fíja en lo escrito sus ojos... Lee rápida- mente el primer concepto.) cDios quiere que yo viva...» ¿Es ver- dad lo que leo?. . . ¿Estoy soñando? Cornil. — Vive. . . ¿no lo ves? FiLBM.— Y va en la peregrinación á Tierra Santa. BÁRB.— (A Horacio.) Has sido al ñh magnánimo. HoRAC— Pretendo ser justiciero. Ayudadme, señora. Bárb.— (Ahogada en llanto.) ¡Oh, corazón mío, no esperabas esto! (Con emoción infantil, solicitando las caricias de Cornelia y Fileinón.) Ale- graos conmigo. . . llorad de alegría conmigo. . . Decidme que soy feliz, que merezco serlo. CoRNEL.— Y lo serás. BÁRB.— Leonardo vive. . . y yo no moriré. . . (Lee.) «Abrazo vida de penitencia y expiación. Sigue mi ejemplo, amada mía... apren- de la resignación que nuestras propias culpas nos imponen...» ¡Padecer, qué triste destino! Cornil. — La dulce conformidad te traerá la paz^ HoRAC. —Leed el ñn . BÁRB.— (Lee.) «Busca la paz. Si al ir tras ella te sale al encuentro la adversidad, acéptala con dulzura... Adiós para siempre...» 68 (Pausa.. Queda absorta, con grande emoción. Repite el último coicep- to.) «Acéptala con dulzura ...» HoRAC. —Vivid, señora, y acceded á lo que os propuse. BArb. — (Repitiendo, como en éxtasis.) cBusca la jpaz.. .b HoRAC. — ¿Vacilaréis aún? Bárb. — ¡Ohí no sé... (Con horrible turbación, luchiindo con las dos ideas que se disputan su voluntad.) ¡La paz... la adversidad. . . ! No sé... (Entran Montanari y Silvio. Para hablar con ellos, Horacio se aparta de Bárbara.) No sé, no sé. . . CoRNEL.— ¿Qué determinas? FiLEM.— ¿Qué sientes? BArb.— (Apretándose las sienes.) Una duda. • . quiero. . . no quiero. . . un dudar horrible... siento. •• no sé... como si estuvieran aquí los ejes del mundo y se movieran... La paz. . • la adver* sidad... El mundo se cae... el mundo se sostiene. . . FiLEM.— Decídete. Bárb.— (Recordando lo que ha leído.) No rechaces la adversidad... acéptala con dulzura ... HoRAC*— (Aparte á Montanari.) Di á Monseñor que prepare todo. . . Montan. — Creo que nada falta ya en la capilla. Silvio. — El Principe está aquí. HoRAC— Que entre. (Vase Silvio por el foro.) {Supremo instante! (Vuel- ve junto á Bárbara. Aparece Demetrio en la pueila del foro, se- guido de Silvio.) ESCENA ÚLTIMA Los mismos. — Demetrio, Su-vio, Montanari, Rosina, Servidumbre de Términi. HoRAC— Señora, el magnánimo Príncipe de Candía viene á solici- tar vuestra mano. Dad con vuestro consentimiento un día feliz á estos leales amigos, que os adoran, y á la noble ciudad que os vio nacer. (Avanza Demetrio. Bárbara se levanta sostenida por Cornelia. Su actitud es grave, de intensa emoción serena. Vuel- ve el rostro hacia Demetrio y le mira fíj«imente, sin expresar ningún temor.) 69 Demet.— {Turbado, tembloroso.) Bárbara... mujer... señora... aquí está Demetrio Paleólogo, el hombre sencillo^ áspero, que an- hela ser tu esposo. . , No te inspiren miedo mi fealdad, ni mis modales rudos, ni el obscuro color con que han pintado mi rostro los aires del desierto y de la mar. . . BÁRB.— (A Horacio, con voz queda y dulce. ) £J rostro sombrío de la ad- versidad ya no me causa miedo. Demrt.-^EI amor que me llama hacia tí, más es para sentido que para expresado. . . No sé decir ternezas. . . no sé poner en mis palabras la miel de la galantería... Ante tu hermosura, ante la nobleza de tu persona, soy torpe. . . tímido. . . ya lo ves. . . Amar sé.., no sé enamorar. , . Pero á falta de términos flori- do%, te ofrezco un corazón sencillo y bueno. . . un propósito firme de hacértela vida grata, dichosa. Bárb.— (Con idea fija.) f Adversidad, bien venida seas.» Demet.— Toma este corazón, toma esta voluntad mía, que no tiene más que dos anhelos: ser tu señor, s^r tu esclavo. BArb. —(Alarga su mano lentamente hacia Demetrio. Con expresión grave y actitud de éxtasis, la voz apagada y trémula.) Busco la paz. . . Al encuentro me sales tú... te acepto con dulzura. (Demetrio toma la mano de Bárbara y la besa con profundo respeto.) HoRAC— (Expresando con la mirada y gesto el orgullo y la alegría del triun- fo.) ¡Ah, victoria, ya te tengo, yaf Demet. — ¡Mía es ya la diosa, la estatua viva! BArb.— (Abrazando á Cornelia.) Déme Dios conformidad; déme forta- leza. HoRAC. -Monseñor espera en la capilla... (Impaciente.) Vamos... (Entran por el foro diferentes personas de la servidumbre; lacayos con librea, criadas.) Demet.— Antes de amanecer partiremos en una hermosa nave. BArb. —Sí. Llévame al mar grande. . . al ancho espacio del mundo. HoRAC— (Impaciente.) En marcha... pronto. (Oyese el coro de peregri- nos que van al Calvario. Quedan todos suspensos. El coro avanza con ritmo grave.) CoRNEL.-(A Bárbara.) Son los peregrinos que van á Tierra Santa... HoRAC— Vamos. (Demetrio da la mano á Bárbara. Marchan lentamente ha- cia la capilla. Siguen Cornelia, Montanari, Silvio, servidumbre. Avan- zan acomodando el paso al ritmo del coro. Bárbara estrecha contra sü seno el líbrito de Leonardo.) FlLBM.— (A Horacio, que al otro extremo del proscenio contempla el desfile.) Admirable, señor. Sois el supremo gobernante. 70 HoKAC— Artista, Filemón; artista no más... (Recorrida ia mayor parte del proscenio, Bárbara se detiene, eleva sus ojos al cielo, oyendo el coro* Disminuye la intensidad de las voces*) Seguid. (Siguen liacia la capilla. Horacio termina la frase interrumpida.) Entretengo los ocios de mi tiranía modelando con la miseria humana la estatua ideal de la Justicia, PIN DB LA TRAGICOMEDIA » * 1 « This book should be returned to the Library on or before the last date stamped below. A fine is incurred by retaining it beyond the specified time. Please return promptly. O E N E/? OOK DUE 0C1121984 4